Introducción:
-
Expoliar: despojar con violencia o con iniquidad.
-
Saquear: 1) apoderarse violentamente los soldados de lo que hallan en un lugar,
causando destrucción y devastación. 2) Entrar en un lugar robando cuanto se
halla.
-
Profanar: tratar una cosa sagrada sin el debido respeto o aplicarla a usos
profanos.
"Mis ojos son tan grandes como Menfis y se mueren por
verte" (de una carta de amor fechada en torno al 2.000 a. C.). En el
Antiguo Egipto los ojos grandes eran sinónimo de belleza en la mujer. En las
múltiples representaciones pictóricas conservadas se puede comprobar el esmero
por ovalar y alargar los ojos utilizando el kol.
Trasladando esta frase a nuestra época,
podríamos ponerla en boca de los saqueadores cuando pensaban en los tesoros que
se ocultaban en las tumbas reales. Y seguramente también la harían suya
personajes de épocas posteriores que participaron con igual énfasis en la
profanación de la última morada de los reyes egipcios.
Alguien dijo que si la profesión de ladrón
de tumbas no era la más antigua de Egipto, debía de ser la segunda. Y alguien
dijo también que el peor servicio prestado por Howard Carter a la arqueología
fue el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón. La primera de las
afirmaciones hace referencia al hecho de que la práctica del saqueo de las
tumbas reales y nobles es consustancial al Egipto faraónico. La segunda se
entiende desde la perspectiva de que el descubrimiento de Carter supuso la
culminación de una carrera en búsqueda de tesoros que perseguía más el deseo de
enriquecimiento, propio de la labor arqueológica en Egipto desde finales del
siglo XVIII hasta finales del siglo XIX, que el conocimiento científico.
¿Cómo es posible que en una sociedad que
gira en torno al faraón como descendiente de los dioses, siendo él mismo dios,
y a la creencia en una vida más allá de la muerte, grupos organizados
expoliaran los tesoros de las tumbas de forma sistemática, burlando tanto a la
justicia civil como a la religiosa? En definitiva, y de acuerdo con las
creencias de la época, cerrándose con su proceder las puertas a la vida eterna
y sabiéndose condenados de antemano frente a Anubis.
Contestar a esta pregunta es el objetivo de
este artículo y para ello necesita de la colaboración de sus lectores a través
de un viaje en el tiempo y a través de la mente de sus protagonistas.
Intentemos por un momento situarnos en el
lugar de estos profesionales y tratemos de entender desde su punto de vista los
problemas iniciales a la hora de afrontar su tarea.
En primer lugar necesitamos
proveernos de los medios materiales. Dada la evidencia de las riquezas sin
fin atesoradas en estos recintos mortuorios no resulta plausible encomendar
el desalojo de la tumba a un solo individuo. Los papiros conservados en los
que se relatan descripciones de robos o declaraciones de inculpados nos hablan
siempre de varios individuos: "un grupo de ladrones de Tebas guardaba
escrupulosamente en una casa la pesa de piedra que habían utilizado para hacer
el reparto del botín de una tumba" (papiro 10052 del Museo Británico
de Londres).
Puesto de manifiesto, por tanto, el
concepto corporativista de la profesión es de suponer que contaran con las
herramientas adecuadas para su actividad: martillos, cinceles, punzones,
sacos... Todo un elenco de objetos y materiales encaminados a facilitar la
tarea, incluído, como hemos visto, lo necesario para proceder al reparto
equitativo de las ganancias. Curiosamente, y este es un hecho característico
verificado en los documentos conocidos, siempre se especifica un reparto en
partes iguales para todos y cada uno de los componentes de la banda, aunque no
sea difícil de suponer que hubiera un individuo dominante, bien por el poder de
la fuerza, bien por el poder de la inteligencia, bien por una combinación de
ambos.
A medida que durante el Imperio Nuevo se
extiende la utilización de la orilla occidental de Tebas y el Valle de los
Reyes se va poblando de tumbas, comienza a ser habitual que entre los
componentes de la banda haya un barquero, con libertad para cruzar entre ambas
orillas sin despertar sospechas, y así transportar tanto a sus compinches como
herramientas y botín.
Como buenos aprendices de ladrones podemos
dar por superada la primera etapa. Ahora hemos de enfrentarnos a la segunda:
¿cómo deshacernos de los obstáculos que nos opondrán los recintos objeto de
nuestra actividad? No olvidemos que las pirámides, a pesar de no ser
construcciones macizas, están compuestas por bloques de piedra de grandes
dimensiones y peso más que considerable. Horadar los mismos no se antoja fácil.
Además hay que encontrar los pasillos interiores, a menudo con alto grado de
inclinación, estrechos y bajos, que impiden que una persona camine erguida. Se
requiere un esfuerzo penoso, máxime cuando en el camino de vuelta se viene
cargado de piezas heterogéneas.
Desgraciadamente
no nos han quedado vestigios de cómo se solventaban estos problemas. Todo
lo que podamos elucubrar al respecto no pasará de ser suposiciones más o menos
bien intencionadas.
En el caso de las tumbas subterráneas, y a
simple vista, nos encontraremos con un camino más expedito. Sin embargo, otras
serán las circunstancias a sopesar. El Valle de los Reyes cuenta con un servicio
de vigilancia organizado. ¿Hasta qué punto es eficaz y cumple con su cometido?
Como veremos más adelante, los sobornos y la implicación de las autoridades
en los robos son materia común. Por otro lado, este servicio de policía está
compuesto inicialmente por sudaneses, ante el recelo de las autoridades a
emplear nativos para esta función, por lo que cabe preguntarse si sus miembros
estaban realmente comprometidos con esta responsabilidad o si por el contrario
la veían como
un trabajo en tierra extranjera para defender intereses igualmente extranjeros.
Demos por terminada la segunda fase, no sin
algún que otro inconveniente, e iniciemos una nueva etapa. Ya estamos
organizados, ya contamos con las herramientas propicias, hemos organizado la
logística, tenemos el ánimo suficiente y un plan previo, ¿qué haremos una vez
la recompensa se halle en nuestras manos?
Como se ha comentado con anterioridad, lo
usual era efectuar un reparto equitativo. Esto da a entender que concluida la
misión con éxito, cada uno de los componentes hacía uso del fruto de su trabajo
según sus preferencias. Varios papiros cuentan que numerosos ladrones fueron
detenidos por hacer ostentación de una riqueza repentina que no eran capaces de
justificar convincentemente, habiendo utilizado el botín para la adquisición de
tierras, ganado, ropas, etc.
Esclarecedor en este sentido es el papiro
10053 del Museo Británico: "Fuimos otra vez a las jambas de la puerta y
quitamos 5 kite de oro. Con él compramos grano en Tebas y nos lo repartimos. Al
cabo de unos días, Peminu, nuestro superior, discutió con nosotros y nos dijo:
No me habéis dado nada. Así que volvimos a ir a las jambas de la puerta. Y
arrancamos 5 kite de oro, lo cambiamos por un buey y se lo entregamos a
Peminu".
Una tercera aplicación del producto del
hurto nos la muestra el papiro 10052 del citado museo cuando nos dice que
Ajenmenu, el supervisor de los campos del templo de Amón entrega "1 deben
de plata y 5 kite de oro a cambio de tierras".
Sin embargo parece una explicación
demasiado simplista. Podemos llegar a suponer que las piezas sustraídas eran
sometidas a un proceso de transformación, fundiendo los metales, desengarzando
las piedras preciosas y, en definitiva, cambiando su apariencia para borrar la
pista que permitiera su seguimiento.
En cualquier caso, la industria del robo
alcanzó un elevado grado de refinamiento y organización. La aparición de la
figura del intermediario es un síntoma inequívoco de ello y una vez más los
papiros conservados en el Museo Británico, verdadero depósito de material
documental, ofrecen la respuesta cuando el número 10068 nos informa acerca de
una lista de oro y plata "recuperados de los obreros ladrones de la
Necrópolis, de quienes se descubrió que los habían entregado a los tratantes de
cada establecimiento". Guardando para sí una comisión previamente pactada,
de la que no podemos dudar que sería cuantiosa, el tratante, mediante una
operación de trueque, transforma los frutos del saqueo en artículos de consumo.
Barry J. Kemp, en
su libro "El Antiguo Egipto. Anatomía de una civilización" nos ofrece
un dato muy interesante: frecuentes cambios en el valor de los metales a finales
del Imperio Nuevo, probablemente a causa del aumento de circulación de la
plata motivado por los frecuentes robos cometidos en las tumbas reales. Este
hecho habría actuado como regulador de la economía, haciendo descender el
nivel de inflación y, por tanto, favoreciendo la bajada de los precios de
los artículos de primera necesidad, tales como los cereales.
Sea como fuere, habría más caminos para dar
salida a las piezas robadas y probablemente un porcentaje de las mismas
acabaron más allá de las fronteras egipcias, incluso aceptando un precio muy
inferior al que les correspondería, dándolo por bueno con tal de obtener
beneficios rápidos, sin preguntas indiscretas y mandando tan lejos como las
rutas conocidas lo permitiesen un material que de permanecer en suelo egipcio
sería altamente comprometedor.
Enlazando
con los temas tratados en la primera parte aún estaríamos en disposición de
allanar más nuestro camino de ladrones aventajados con un apartado adicional si
tuviéramos la habilidad de ganar para nuestra causa la colaboración de
elementos ajenos a la banda.
Parece haber sido frecuente la
participación de los vigilantes del Valle de los Reyes, al menos en
determinadas épocas, en el saqueo de tumbas. Asimismo, los sobornos son también
constatados entre los representantes de la justicia. Cómo no, volvamos la
mirada a los papiros del Museo Británico y detengámonos en los numerados como
10054 y 10053: "Entonces, cuando fuimos arrestados, Khaemipet, el escriba
del distrito, se acercó hasta mí y le di 4 kite de oro que me habían
correspondido en el reparto". "Pero acertó a oírlo Setejmes, el
escriba de los archivos reales, y nos amenazó con estas palabras: Voy a
informar de todo ello al sumo sacerdote de Amón. Así que trajimos 3 kite de oro
y los entregamos a Setejmes, el escriba de los archivos reales".
Inclusive hemos detectado que los artesanos
que trabajaron en la construcción y ornamentación de las tumbas tuvieron su
parte de culpa. No obstante, esta última hipótesis plantea mayor controversia,
ya que es de suponer que fueran sometidos a una vigilancia estricta mientras
durasen las obras en las que trabajaban. Bien es cierto que los estudios arqueológicos
han demostrado que hay tumbas que sufrieron la profanación al poco tiempo
de su cierre, en otros casos el tiempo transcurrido entre ambos hechos (terminación
de la tumba y robo) es una barrera insalvable en este sentido.
Acogiéndonos a lo que los propios
protagonistas confesaron en su momento merece la pena prestar atención al
papiro Leopold-Amherst. Este papiro contiene una investigación llevada a cabo
durante el año 16 del reinado de Ramsés IX a petición del alcalde de Tebas
oriental: Paser. En el transcurso de la misma, y según todos los indicios,
apareció un implicado de la alta jerarquía: Paweraa, alcalde de Tebas
occidental.
El caso fue abandonado por falta de pruebas
y cuando pocos años después Paser volvió a llevarlo ante los tribunales se
encontró con una nueva derrota. Más significativa si tenemos en cuenta que su
nombre desaparece de los documentos oficiales mientras que el de Paweraa se mantiene
por bastante tiempo. Todo indica que el lucrativo negocio, en el que
participaban sujetos pertenecientes a la administración pública, era un cuerpo
vivo que automáticamente ponía en marcha las medidas adecuadas para asegurarse
su continuidad.
He aquí la traducción de este papiro que
nos puede alumbrar en el modo y manera de proceder de los ladrones:
"Fuimos a robar en las tumbas según nuestro
hábito regular, y encontramos la tumba de pirámide del rey Sejemreshedtawy,
hijo de Re, Sobekemsaf (II), que no era en absoluto como las pirámides y tumbas
de los nobles que habitualmente íbamos a robar. Tomamos nuestras herramientas
de cobre y nos abrimos paso hasta la pirámide de este rey a través de su parte
más interior. Encontramos sus cámaras subterráneas, agarramos velas encendidas
y seguimos adelante. Luego atravesamos los escombros, y encontramos este dios
yaciendo en la parte posterior de su lugar de enterramiento. Y encontramos
el lugar de enterramiento de la reina Nubjaas, su reina, situado junto al
de él. Abrimos los sarcófagos y los ataúdes en que estaban, y encontramos
la momia real de este rey equipada con una espada. Reunimos el oro que encontramos
en la noble momia de este rey, junto con los amuletos y joyas que estaban
en su cuello. Del mismo modo reunimos todo lo que encontramos en (la momia
de la reina), y prendimos fuego a sus ataúdes. Nos llevamos los muebles que
encontramos con ellos".
No menos ilustrativo que el anterior es el
papiro Mayer B que cuenta con bastante detalle el robo de objetos de cobre
y bronce, así como de tejidos, de la tumba de Ramsés VI:
"El extranjero
Nesamón nos llevó arriba y nos mostró la tumba del rey Nebmaatre-Meriamón
(Ramsés VI) ¡vida! ¡prosperidad! ¡salud! el gran dios. Pasé cuatro días forzándola,
estábamos presentes los cinco. Abrimos la tumba y entramos en ella. Encontramos
un cesto puesto encima de sesenta cofres (¿?). Lo abrimos. Encontramos de
bronce; un caldero de bronce; tres palanganas de bronce; una palangana, un
aguamamanil para verter agua sobre las manos, de bronce; dos vasijas keb de
bronce; dos vasijas pewenet de bronce; una vasija keb; una vasija inker de
bronce; tres vasijas irer de bronce; ocho camas de bronce ornamentales; ocho
vasijas bas de cobre. Pesamos el cobre de los objetos y las vasijas, y encontramos
que era de 500 deben (aproximadamente 45,5 kgs), 100 deben (9,1 kgs) correspondiente
a la parte (de cada hombre?). Abrimos dos cofres llenos de ropas; encontramos
tela del Alto Egipto de buena calidad, prendas daiw , telas ideg, 35 prendas,
siete prendas de tela del Alto Egipto de buena calidad correspondieron a la
parte de cada hombre. Encontramos un cesto de ropas allí, lo abrimos y encontramos
25 chales rewed de tela de colores en él, cinco chales rewed de tela de colores
correspondieron a la parte de cada hombre".
De la lectura de estos papiros podemos
deducir la forma en la que actuaban los ladrones, siempre en sociedad, y la
forma en la que se efectuaba el reparto. Desafortunadamente no se ha conservado
ningún papiro que contenga sentencias, por lo que sólo podemos imaginar el tipo
de castigo al que eran sometidos los reos encontrados culpables.
A pesar de la corrupción protagonizada por
funcionarios y, probablemente, por elementos del clero, los faraones no
permanecieron de brazos cruzados a la hora de salvaguardar su tránsito a la
otra vida.
Tres son los grupos de medidas que pueden
distinguirse encaminadas a preservar el ajuar funerario de reyes y nobles:
1.- Medidas técnicas: será frecuente la construcción de falsas
puertas destinadas a confundir a los saqueadores. Asimismo, pasillos interminables
con gran inclinación, estrechos, bajos y opresivos. Sellos que sirvan como
aviso, en caso de quebranto, para los vigilantes.
2.-
Medidas jurídicas: durante el reinado de Horemheb se promulgó un edicto según
el cuál todo magistrado convicto de haber abusado de sus prerrogativas era
condenado a que se le cortara la nariz y era deportado a una especie de campo
de concentración situado en Silé, en el istmo de Suez.
Con independencia de la eficacia de este
tipo de decretos, su promulgación no deja de ser un signo inequívoco de que la
administración de justicia había sido presa de la corrupción.
3.-
Medidas mágicas: los antiguos egipcios crearon todo un mundo mitológico y
mágico de gran importancia en su vida cotidiana. El número de avisos contra
aquellos que optan por molestar el sueño de los muertos que aparecen
habitualmente en las tumbas indica que era una práctica muy extendida, por lo
que no es ocioso suponer que el egipcio creía realmente en el poder de este
tipo de manifestaciones.
Como ejemplo valga el texto de la estela
138 del Museo Británico de Londres, una de las más completas en cuanto a
fórmulas contra ladrones: "Él los entregará al fuego del rey en su día de
cólera. Su uraeus vomitará la llama en sus frentes, destruirá su carne y
devorará sus cuerpos. Llegarán a ser como Apopi la mañana del primer día del
año. No podrán digerir las ofrendas de los muertos. No obtendrán agua del río.
Sus hijos no ocuparán su lugar. Sus mujeres serán violadas ante sus ojos. Serán
pasados a cuchillo el día de la matanza. Sus cuerpos morirán, pues tendrán
hambre y carecerán de alimento".
Tutmosis I (XVIII dinastía) fue el primer
faraón que optó por diversificar el riesgo, edificando por separado el complejo
funerario y la tumba, distante aproximadamente un kilómetro y medio del
primero. El motivo no era otro que el
pánico que este monarca tenía al peligro del ultraje del que había de ser su lugar
de reposo para la eternidad.
A pesar de estos esfuerzos, la muestra más
palpable de que no surtieron efecto es el legado histórico que nos ha quedado.
La intensificación de las inspecciones en el Valle de los Reyes tampoco sirvió
de mucho, fundamentalmente por la negligencia de los funcionarios, que se
limitaban, en la mayoría de las ocasiones, a comprobar el estado de los sellos,
sin saber o, lo que es peor, sin querer saber que los ladrones solían practicar
entradas que nada tenían que ver con la de la propia tumba.
Certeza de la profanación de tumbas hay
desde el Imperio Antiguo. Sin embargo, será en los momentos de mayor
inestabilidad social y política cuando la actividad de los ladrones crezca
proporcionalmente.
Sobre todo durante los reinados de Ramsés X
y Ramsés XI el robo generalizado en las tumbas nobles y reales se convierte en
ocupación favorita de una amplia masa social acosada por la hambruna. Las
crecidas del Nilo no han alcanzado el nivel previsto, el poder real ha ido
mermando en beneficio del alto clero, creándose una clase sacerdotal que
estará, ahora sí, preparada para enfrentarse a la autoridad del faraón.
Signos evidentes proclaman la paulatina
desintegración del imperio durante la XXI dinastía. Si hasta aquel momento las
princesas extranjeras se desposaban con la realeza egipcia como muestra de
sumisión diplomática y los reyes que mantenían relaciones con Egipto enviaban a
sus hijos a la corte del faraón para ser educados como egipcios, por primera
vez princesas egipcias se desposarán con altos dignatarios extranjeros, no
siempre para sentarse en el trono y sí para ocupar un lugar más en el harén del
soberano de turno.
Se desencadena una guerra civil entre los
seguidores del dios Amón, afincados en Tebas, y los seguidores del dios Seth,
con capital en Menfis. Amparados en la estratagema de no permitir que los
tesoros caigan en manos del enemigo, ambos partidos se afanarán en el saqueo
premeditado y sistemático.
Pero no será esta la única época de
inestabilidad en la historia del Egipto faraónico y, por tanto, tampoco será la
única en la que proliferen las profanaciones. Se trata de una remembranza de
los sucedido durante el reinado de Pepi II (VI dinastía), hacia el final del
Imperio Antiguo, que sirve para fechar las "Admoniciones de un sabio"
o "Admoniciones de Ipwer", que además de relatar diversos casos de
canibalismo en Menfis provocados por el hambre, hace una descripción dramática
del reinado: "los pobres saquean las casas de los ricos y las tumbas
reales sin que nadie pueda impedirlo".
El poder del faraón disminuye, la
disciplina religiosa se relaja, la organización social de Egipto se resquebraja
y el país del Nilo comenzará un declive político, lento pero implacable, que culminará
con la anexión como provincia romana tras la batalla de Actium, en la que las
tropas de Octavio derrotarán a las de Marco Antonio.
Precisamente
será durante la dominación romana cuando los primeros monumentos egipcios
abandonen su patria y crucen los mares. Hasta 13 obeliscos se elevarán en la
ciudad eterna, convirtiéndose en la pieza artística más preciada procedente de
Egipto. Junto con ellos, estatuas y esfinges cambiarán el aire del desierto por
el horizonte ondulado de las siete colinas.
Y sin embargo, los mismos grandes
constructores del Egipto eterno habían comenzado muchos siglos antes una
práctica que se extenderá a lo largo de toda su historia: la apropiación de
monumentos. En infinidad de ocasiones el faraón sucesor hará borrar los
cartuchos que encierran el nombre de sus antecesores a la entrada de los
templos y los sustituirán por su nombre. Tutmosis III lo hará con Hatshepsut
por inquina, inquina que sin embargo no le impulsará a destruir el templo
funerario de la reina; Ramsés II con varios faraones quizá por lo que podríamos
denominar megalomanía.
Inclusive se utilizarán como materia prima
para las nuevas construcciones edificaciones anteriores, sin sentir por ello
rubor o escrúpulos. Bloques enteros de la pirámide de Keops (IV dinastía)
constituirán parte del complejo funerario de Amenemhat I, faraón de la XIII
dinastía.
¿Acaso no era ésta una forma encubierta de
expolio? ¿No se suplantaba la identidad del constructor? Práctica habitual en
el Antiguo Egipto no puede juzgarse bajo los parámetros de nuestra visión
occidental finisecular.
Tras la conquista por parte de Roma, Egipto
no volverá a recuperar plenamente su identidad, pasando de mano en mano, de
invasión en invasión: persas, macedonios, árabes, mamelucos, otomanos. El
imperio de los faraones se ha perdido.
En este largo intervalo de provisionalidad
tan sólo Alejandro Magno, que funda Alejandría para convertirla en el centro de
sus dominios y que adopta las formas externas de la religiosidad egipcia,
mostrará un respeto por la historia y la tradición del país que brillará por su
ausencia en el resto de conquistadores.
En el año 593 de nuestra era, el
historiador árabe Abd al-Latif narra como el rey Al-Aziz Othman se dejó
persuadir por varios miembros de su corte para demoler las pirámides y utilizar
sus bloques como cantera. Durante ocho meses enteros estuvieron trabajando en
la pirámide de Micerino, extrayendo entre uno y dos bloques diarios.
En el año 813 las
pirámides vuelven a ser protagonistas involuntarias de la avidez y de la
codicia. Los servicios secretos del Califa de Bagdad, Abdullah Al Mamún, le
informan de que en el interior de la pirámide de Keops hay cámaras secretas
repletas de tesoros. Durante días interminables un panal de obreros intenta con
sus cinceles y martillos desvirtuar el hieratismo de la gran pirámide sin
éxito. Finalmente, un humilde herrero descubre la fórmula para obtener el
acceso: calentar los bloques al rojo y regarlos seguidamente con vinagre frío.
Las grietas que se producen en las junturas permitirán introducir punzones más
gruesos que acabarán abriendo la tan deseada fisura. Tras excavar un túnel en
el interior de la construcción de 30 metros se alcanzará uno de los corredores
que desemboca en la Cámara de la Reina. Posteriormente también la Cámara del
Rey será descubierta. Las evidentes muestras de que la pirámide ha sido
violentada en el pasado y la falta de objetos de valor provocará el enfado de
los obreros, que durante varias horas martillearán el interior de la Cámara del
Rey en su frustración.
También los coptos dejarán su huella en el
Templo de File, y al igual que los obreros del califa, los cinceles irán
desfigurando las siluetas de los antiguos dioses.
Estos y otros muchos ejemplos dan fe de que
en una época completamente distinta a la nuestra, el interés por el patrimonio
de las culturas anteriores es inexistente, no solamente en el área geográfica
del Nilo, sino allí donde se extiende la actividad humana: Alejandro Magno ha
incendiado y destruido por completo Persépolis, la capital de Darío III.
Escipión el Africano aplicará al máximo el rigor de la cólera de Roma y
arrasará por completo Cartago, esparciendo sal por la colina que ocupa la
ciudad para que ni siquiera la hierba vuelva a crecer.
Bien es cierto que ambos hechos son
producto de conflictos bélicos y no se puedan extrapolar tal cual a la realidad
egipcia, pero sí son demostrativos del desprecio por la cultura e historia del
vencido.
También encontraríamos ejemplos hirientes
para nuestra mentalidad, educada en el respeto y estudio del pasado como medio
de mejor comprender el presente: la orden de Carlos I de emplear los bloques de
piedra del teatro griego de Siracusa (Sicilia) en la construcción de obras de
canalización o el patio de la Mezquita de Kairouán, en Túnez, que no posee dos
columnas iguales al proceder todas ellas de diferentes edificaciones.
Lo más importante, en cualquier caso, es
constatar que se trata de una forma de proceder enraizada en la época histórica
en la que nos movemos, ya que el celo por la conservación de los restos del
pasado por motivaciones científicas no comenzará a tener auténticos defensores
hasta bien entrado el siglo XIX.
Buena prueba de ello es que James Burton,
descubridor en 1.825 de la kv 5 (la tumba de los hijos de Ramsés II), la mayor
jamás encontrada en la historia de la egiptología, desestimó continuar los
trabajos en la misma tras inspeccionar las tres primeras cámaras al no haber
encontrado ninguna pieza preciosa en su interior ni ornamentación alguna.
El mismísimo Howard Carter tropezó de nuevo
con la entrada de esta tumba en 1.902, pero inmediatamente volvió a taparla
empleando los mismos escombros que la habían mantenido cubierta por considerar
que se trataba de un hallazgo sin importancia.
Sexta parte: el expolio
organizado
Cuenta el anecdotario que la despedida de
Josefina a Napoleón cuando éste iba a emprender su campaña egipcia fue:
"Si vas a Tebas, no te olvides de traerme un obelisco". Dudando
razonablemente de tal aseveración sin embargo engloba el sentimiento que a
finales del siglo XVIII sienten los europeos por Egipto: un inmenso bazar en el
que comprar a bajo precio curiosidades con las que satisfacer los caprichos de
la burguesía acomodada.
La expedición de Napoleón tendrá una doble
vertiente cultural que revolucionará por completo el futuro inmediato de
Egipto: pondrá de moda un mundo que ha permanecido olvidado desde el
Renacimiento y ofrecerá la llave para el desvelamiento del lenguaje de los
jeroglíficos, la Piedra Rosetta.
Las repercusiones no serán, en cualquier
caso, inmediatas. Y durante una buena parte del siglo XIX el ambiente será
propicio para aventureros y buscadores de fortuna. En 1.811 la agencia inglesa Thomas
Cook realizará el primer viaje organizado, con un recorrido muy similar al que
ofrecen los mayoristas actuales.
Se produce una auténtica
avalancha de curiosos que en muchas ocasiones emplearán su espíritu emprendedor
con una vertiente patriótica mal entendida, que no repararán en medios para
enviar a sus países de origen los tesoros arquitectónicos que dormitan en
el seno del desierto.
Todavía serán frecuentes los actos de
"vandalismo" científico. En 1.837 Richard Howard-Vyse, oficial del
ejército británico, dinamitó un pasillo de la pirámide de Keops para dejarlo
libre de una roca caída del techo y acceder de esta manera a la Cámara de
Wellington. En los trabajos de desescombro de la fachada norte salieron a la
luz varias placas del revestimiento exterior. Poco antes de ser enviadas a
Inglaterra, un grupo de árabes las destruyó para que ningún cristiano sacara de
Egipto lo que pertenecía a los musulmanes. Por ambas partes el nacionalismo
exacerbado se antepone al sentido común.
Hombre de triste nombre no solamente por
este incidente, sino por enviar a Inglaterra el sarcófago de Micerino en un
barco que naufragó frente a las costas de Cartagena, permaneciendo desaparecido
hasta el día de hoy.
Entre golpe de martillo y estruendo de
dinamita comienzan a perfilarse las primeras personalidades que encauzarán de
forma definitiva la arqueología científica y la preservación de las obras de
arte. Pionero entre ellos, Giovanni Battista Belzoni, mezcla de forzudo,
aventurero, charlatán, pero profundamente emprendedor, no le temblará el pulso
para abrir con la fuerza del ariete sarcófagos y trabajar para políticos de
dudosa moralidad artística, como es el caso del Cónsul General Británico en
Egipto, Henry Salt. A pesar de la poca ortodoxia de sus métodos, fue el primero
entre las figuras de la egiptología que se preocupó por las cuestiones
arqueológicas.
En la noche del 12 al 13 de mayo de 1.805
Mehmet Alí es elegido bajá de Egipto por los ulama (autoridades religiosas).
Este hombre, cuya carrera política será meteórica, regirá los destinos del país
hasta 1.848, convirtiéndose en un auténtico faraón en pleno siglo XIX.
Acumulará todos los poderes del estado,
será el mayor empresario de Egipto, impulsará la industria y la agricultura y
dotará a su tierra de un ejército moderno capaz de combatir con éxito contra el
Imperio Otomano.
Durante los primeros años de su gobierno
encuentra un país arruinado en todos los aspectos, falto de infraestructuras y
carente de cobertura en toda necesidad primaria. Contra él o con él tendrán que
bregar los primeros hombres que sienten en sus propias carnes la devastación
del patrimonio cultural.
Su lema se circunscribe a una idea
contundente: hay que construir deprisa y sin cesar. Su gran sueño es conseguir
la instauración de una dinastía hereditaria en Egipto y la independencia de la
Sublime Puerta (Estambul). Empeñará todos sus esfuerzos y la fortuna de su país
por conseguirlo. Los monumentos de sus ancestros le proporcionan la materia que
necesita para la construcción y que no tiene tiempo de buscar: fábricas,
dispensarios, puertos, canales, colegios, presas recibirán en sus cimientos y
fachadas el testimonio de un pasado glorioso.
En los primeros años de gobierno desaparecerán
centros arqueológicos como Antinoe, Achmuneim o Antoepolis y gracias a la
decidida intervención de Jean François Champollion se impedirá que el Templo de
Karnak sea vendido para la construcción en su lugar y con sus piedras de una
salitrera.
Los múltiples frentes políticos y militares
que ha de cubrir, su condición de analfabeto, que no de estúpido, y la norma
común de la época le llevan a no preocuparse por las inmensas riquezas
históricas de su país. No se trata de desprecio sino que aplicando un profundo
sentido práctico, tiene preocupaciones mucho más urgentes que atender.
El 18 de agosto de 1.828 desembarca en
Alejandría una misión científica franco-italiana apadrinada por Carlos X, rey
de Francia, y por Leopoldo II, Gran Duque de Toscana.
La parte francesa está dirigida por
Champollion, a quien acompañan Charles Lenormant, Antoine Biben (arquitecto),
el sr. Duchesne (miembro del Gabinete de Grabados) y los dibujantes Nestor
L'Hôte, Bertin y Lehoux.
Los representantes italianos, capitaneados
por el seguidor de Champollion Ippolito Rosellini, son Gaetano Rosellini
(arquitecto), Salvatore Cherubini, Giuseppe Radi (naturalista), sus ayudantes
Gallastri y Bolano, Alessandro Ricci (médico y arqueólogo) y Angelelli
(pintor).
Durante casi dos años y medio, tras obtener
los firmarnes del bajá y una escolta armada, esta misión recorrerá el curso del
Nilo inspeccionando el estado de los monumentos y tratando de concienciar a
Mehmet Alí de la necesidad de tomar medidas urgentes para la conservación de
los mismos.
El 29 de noviembre
de 1.829 Champollion escribe al bajá una "Note pour la conservation des
monuments de L'Egypte" (Nota para la conservación de los monumentos de
Egipto) en la que puede leerse: "Es urgente y de la mayor importancia
que, como sus agentes conocen el punto de vista conservacionista de Su Alteza,
éstos lo sigan (&); Europa entera agradecerá las medidas activas que Su
Alteza tenga a bien tomar para asegurar la conservación de los templos, los
palacios, las tumbas y todo tipo de monumentos .Ya es hora de poner fin a
esas bárbaras devastaciones que privan a la ciencia, a cada instante, de monumentos
de gran interés".
Un suceso casual predispondrá a Mehmet Alí
a favor de Champollion y su objetivo. En una cena privada en la que se
encuentran ambos junto con Ibrahim, primogénito del bajá, y el doctor Pariset,
eminente epidemiólogo de paso por Egipto, Ibrahim sufre un ataque de apoplejía.
La rápida intervención de Pariset y de Champollion evitará un desenlace
trágico. A partir de ese instante Mehmet Alí intentará que los deseos de
Champollion se vean cumplidos, si bien hasta 1.835 no se publicará el primer
decreto que prohíbe la exportación de antigüedades procedentes de los edificios
antiguos y que designa en El Cairo un emplazamiento para depositar los objetos
hallados o que se hallen en un futuro (embrión del Museo Egipcio).
Sin embargo, no será Mehmet Alí el
principal peligro para los monumentos. Al menos no será el único. La alocada
carrera emprendida por los Cónsules Generales del Reino Unido, Henry Salt, y de
Francia, Drovetti, que compiten de forma frenética por acumular antigüedades
tanto para sí como para sus gobiernos pondrá en peligro en demasiadas ocasiones
la integridad de los monumentos.
Entre Belzoni y Salt derribarán una parte
del Templo de Karnak y Drovetti es el impulsor de que uno de los obeliscos de
Luxor repose en la Plaza de la Concordia en París, si bien será su sucesor
Mimaut quien culmine la donación.
La colección particular de Salt será la base
que servirá para nutrir de piezas egipcias a los dos museos que llegarán a
poseer las dos principales muestras de este arte fuera de Egipto: el Louvre y
el Museo Británico. La colección de Drovetti será vendida a la corte turinesa y
de aquí pasará al museo de la ciudad.
Habrá que esperar a 1.850, fecha de llegada
de Auguste Mariette a Egipto, para que la egiptología tome cuerpo de ciencia y
ya de un modo riguroso se proceda al control y conservación del patrimonio de
los faraones. Será bajo su mandato como Director del Servicio de Antigüedades
cuando el 6 de julio de 1.881 se descubra el escondrijo de Deir-el-Bahari.
Desde mediados de la década de los 70 el mercado de antigüedades europeo se ha
visto invadido de piezas originales de incalculable valor cuya procedencia es
desconocida.
Una profunda investigación por él dirigida
dará en la cárcel con los huesos de dos de los miembros de la familia Abd el
Rassul: Ahmed y Hussein Ahmed. Familia conocida en la región por sus pillajes,
de forma accidental descubrió el escondite de varias momias reales trasladadas
desde sus ubicaciones primitivas a la tumba de Pinedyem II durante el reinado
de Shoshenq I, faraón de la XXII dinastía. La medida, un nuevo intento de
proteger a los antiguos reyes del saqueo, se había topado con la rapiña de unos
modernos profanadores.
En el traslado de las momias a El Cairo,
los egipcios de finales del siglo XIX ofrecieron un último homenaje a sus
ancestros reales: los hombres disparaban sus mosquetones al paso de la barcaza
que transportaba los restos momificados de sus dioses en la tierra, las mujeres
ululaban al viento y se mesaban los cabellos como aquellas primitivas
plañideras que acompañaban a la comitiva fúnebre hasta la última morada.
El círculo se había cerrado 5.000 años
después.
No siempre resulta fácil distinguir entre
lo que es el expolio y lo que no. Quizá pudiéramos acudir al consentimiento del
donante para diferenciarlo pero es frecuente que los límites se diluyan.
En 1.963 la obra digna de los faraones que
fue desmontar los templos de Abu Simbel para evitar que quedaran sumergidos
bajo las aguas del Nilo con la construcción de la presa de Asuán no pudo ser
sufragada por Egipto. En pago de gratitud por la colaboración internacional
Egipto regaló cinco de los templos nubios de la zona a otros tantos países:
·
Debod: Madrid (España).
·
Dendur: Museo Metropolitano de Nueva York (Estados Unidos)
·
Taffa: Museo Leiden (Holanda).
·
El-Lessiya: Museo Egizio de Torino (Italia).
·
Pórtico de Kalabsha: Museo de Berlín (Alemania).
Se puede considerar esto un expolio?
¿Debieran haber permanecido estos templos en su país de origen? ¿Es lícito que
los países mencionados aceptaran como prenda a su colaboración un pedazo de la
historia de Egipto?
La labor de los museos ha permitido
conservar piezas que de otro modo no hubieran sobrevivido a la rapiña pero a
costa de emplazarse en un contexto antinatural. ¿Ha merecido la pena?
Y por otro lado ¿somos capaces de imaginar
a un fellah de los alrededores de Rosetta rompiendo la famosa piedra para
levantar una cerca?
¿Cómo es posible que en una sociedad que
gira en torno al faraón como descendiente de los dioses, siendo él mismo dios,
y a la creencia en una vida más allá de la muerte, grupos organizados
expoliaran los tesoros de las tumbas de forma sistemática, burlando tanto a la
justicia civil como a la religiosa?
Así empezaba este artículo, planteando una
cuestión que es tan profunda que su respuesta no tiene cabida en unas pocas
páginas. Quizá ese planteamiento haya sido erróneo y más hubiera valido
preguntarse: ¿A qué condiciones de fractura social llegó la civilización más
perdurable de la historia para que un grupo de desesperados transgredieran
todas las normas civiles y morales de la época y se jugaran su futuro terrenal
y la paz del ka por un puñado de riqueza?
Pero eso sería tema de otro artículo.
-
Archivos personales.
-
Página de Internet de El Museo Egipcio de El Cairo (www.egipto.com/museo).
-
Página de Internet de Theban Mapping Project (http://www.kv5.com/).
-
Revista Muy Interesante. Número 33 ("Muy Especial"). Especial
dedicado a Egipto correspondiente a enero/febrero de 1998.
-
Asimov, Isaac: "Historia de los egipcios". Ediciones del Prado. 1993.
-
Barceló, Emmanuel: "Las pirámides de Egipto". Edimat Libros. 1998.
-
Ceram, C. W.: "Dioses, tumbas y sabios". Ediciones Destino. 1994.
-
Kemp, Barry J.: "El Antiguo Egipto. Anatomía de una civilización".
Editorial Crítica. 1996.
-
Montet, Pierre: "La vida cotidiana en Egipto en tiempos de los
Ramsés". Ediciones Temas de Hoy. 1993.
-
Sinoué, Gilbert: "El último faraón. Mehmet Alí, el mercader que conquistó
Egipto". Círculo de Lectores. 1999.
-
Varios: "Civilizaciones perdidas". Tomo 2. Time Life Folio. 1995.
Rafael
Gómez Portela