Forma
parte Baraka de una tradición de cine documental, sobre todo, con el cine
de vanguardia y a cuyo género ya nadie duda en otorgarle "Les
lettres noblesse" como al de ficción. Es muy posible que este
trabajo ha recordado a muchos los dos films de Godfrey Reggio
(Koyaanisqatsi (1983) y su continuación Powaaqqatsi), tanto por el
evidente parecido temático como por el maridaje entre imágenes y música
que excluye el lenguaje verbal.
Lo
mejor de ambas cintas reside en la espléndida fotografía, que supera a
sus predecesores y ha obtenido el Premio del Jurado de la Crítica en el
Festival de Montreal de 1993.
La
palabreja en cuestión proviene del sufí y se puede traducir como bendición,
aliento o esencia de la vida. Rodada en 24 países y seis continentes, es
una especie de panorámica por la insólita diversidad de la especie
humana, las civilizaciones y culturas y su relación con el planeta.
Partimos
de un plano-secuencia que se repite varias veces a lo largo del film: en
un lento travelling nos acercamos por detrás a un monje budista que,
sentado en el suelo de un templo e inmóvil, hace meditación. Hay un
fundido en negro cuando la cámara parece querer entrar en la mente de
este sacerdote. Aquí comienza el viaje del "vuelo de Buda"
pero, si para adentrarse en el profundo misterio del hombre le basta al
oriental con concentrarse hasta aislarse de todo cuanto el rodea,el
occidental se sirve de todos los medios técnicos puestos a su alcance.
Así,
Fricke emplea tecnología punta: película en 70mm, sonido digital con
seis pistas magnéticas de sonido, cámaras de control remoto por
ordenador, parte de cuyos programas fueron diseñados por Fricke para sus
propias necesidades. Resultado: una ráfaga de imágenes y música que
literalmente nos envuelve.
IIgnacio García Valiño
|